Identidad: Masculinidades diversas frente a la hegemonía

1. Construcción de identidad y emoción

Resulta imprescindible entender cómo a través de la socialización y la grabación en nuestras identidades se construye y sostiene nuestra sociedad patriarcal, con origen desde hace siglos todavía hoy, y cómo lo hace el modelo hegemónico de masculinidad: una sola forma de ser hombre y sostener el poder.

En este caso no es solo un aprendizaje de mensajes, palabras y normas, es también un adoctrinamiento a través de las emociones que le hace sentir raro y diferente si no sigue las pautas marcadas por el sistema.

Parafraseando a Simone de Beauvoir: “Los hombres no nacen, se hacen”, con ello queda clara la necesidad de un proceso de socialización primaria y secundaria que determinará en gran parte sus acciones y pensamientos. Aprender a ser hombre depende del marco social en primera instancia y, en nuestro caso, este proviene de una cultura judeocristiana con profundas raíces patriarcales.

Figura 1: 


 El núcleo familiar presenta un modelo afectivo diferencial para niñas y niños. Desde la forma y el tono en el que nos dirigimos a ellos, hasta el llamado “desierto afectivo” que solo atraviesan los varones: Cumplidos los 7 u 8 años los niños tienden a independizarse emocionalmente de la madre y aún más del padre, abandonan la costumbre de dar besos y más si es en público. Es habitual escuchar cómo bastantes padres y algunas madres sienten miedo a acariciar a sus hijos creyendo que si lo hacen pueden hacerlos “más blandos”. El varón medio atraviesa entonces un desierto vacío de afectos prácticamente hasta que se encuentra con su primera novia sobre los 13 o 14 años. En ese mismo periodo a las chicas no les impiden su expresión libre de afectos, incluso se alimenta como parte de una identidad femenina deseable.

Los medios de comunicación de masas, en concreto la televisión y la publicidad, presentan modelos clásicos donde los hombres solo pueden expresarse desde la fuerza. Un ejemplo claro es el tratamiento de los anuncios: cuando se presenta una muñeca dirigida a niñas el tono de la voz en off es dulce y afectivo, mientras que si los muñecos son para niños es una voz grave y amenazante que anuncia el poder destructivo y las armas que se pueden utilizar y sus accesorios, o el robot o el coche preparados para la batalla y la velocidad. Ya no se permite anunciar juguetes como pistolas, o al menos no es políticamente correcto, pero sí modelos contra-afectivos y bélicos como estos.

El más poderoso de todos los agentes socializadores es el grupo de iguales, influido de forma circular por su entorno. Este grupo refuerza cualquier homogeneidad y castiga severamente al que rompe la norma patriarcal. Si un chico se muestra afectivo o es poco deportista en lugar de ser beligerante y demostrar la fuerza física, es denostado y acosado por el grupo hasta el extremo, en algunos casos hasta generar daños psicológicos graves tales como el bullying de género. No se trata solo de violencia de género, sino también de violencia machista que incluye además la homofobia o la transfobia, sostenida por el patriarcado para evitar cualquier disidencia del modelo masculino establecido.

En la escuela y a través de los libros de texto o del tratamiento del profesorado se hacen esfuerzos en la búsqueda de la equidad y de que las mujeres puedan ocupar espacios hasta ahora exclusivos de varones 1. Ellas sacan mejores notas, aunque tienen más dificultades para encontrar trabajo; se refuerza desde las propias instituciones educativas su espíritu de competencia y superación, lo que las sitúa, no sin dificultad, también en el mundo público. Sin embargo, no existen curriculos específicos que preparen a los varones para enfrentarse al mundo afectivo y de escucha emocional, al mundo del cuidado o la solidaridad y, por lo tanto, puedan manejarse también en el mundo de lo privado. Ellos están preparados para el éxito social, pero no para el éxito en los vínculos (pareja, paternidad, amistad, etc.). Se promueve, en la mayoría de los casos, un modelo coeducativo parcial y unidireccional donde solo se cambia el modelo social identitario de las mujeres, pero no se cuestiona el de los hombres.

Habitamos en una sociedad occidental jerarquizada y dominada por los valores y normas masculinas y quienes las representan, inmersos en un caldo patriarcal que todo lo afecta y lo transforma para solventar necesidades de poder y dominación de los hombres. Esto en primera instancia crea diferencias que discriminan entre mujeres y hombres y genera un desequilibrio de poder real en la vida cotidiana. Estas diferencias discriminativas refuerzan el lugar de liderazgo masculino y el de sumisión femenina y sustentan el sistema patriarcal cuyos guardianes son el machismo, el sexismo y la misoginia.



La masculinidad de la que hablamos es la que todavía hoy está presente en la socialización de países de todo el planeta, a veces de forma más directa y reactiva, otras de forma oculta y sutil. Esa masculinidad rancia pero hegemónica está vinculada estrechamente a los poderes fácticos, al capitalismo, a las ideologías dominantes o al propio ejercicio de la dominación y lo hará en todas las facetas de la vida, en especial en los modelos relacionales y en los sentimientos más delicados: los hombres son y sienten como hombres según el modelo aprendido, por lo que necesitan ejercer el poder a costa de lo que sea.

Construyendo la masculinidad desde el aprendizaje de los sentimientos que más cerca están del ejercicio de la violencia

Según el modelo tradicional de hombre son pocas las alternativas posibles para los nuevos hombres, ya que la socialización permanece sin cambios ni cuestionamientos. Los hombres quedan reducidos a la expresión de la apariencia, la fortaleza y la violencia, que es en lo que se les educa y lo que se les permite dentro de la normalidad.

¿Cómo aprendemos a ser hombres con la negación de algunas emociones y sentimientos, por entenderse estos poco viriles o femeninos? En la figura 1 podemos ver cómo todos los agentes socializadores nos construyen en la ausencia emocional, la desconexión de la identidad como algo propio y en la coraza de no sentir, esa barrera invisible que la sociedad enseña a través de la frase: “Debes ser un hombre de verdad y por tanto...”


Figura 2. Consecuencias y carencias emocionales de ser socializado como hombre


Quien pasa la vida pendiente de la apariencia más que de su identidad real entra en el vacío del NO SER. Quien se instala y atrinchera en la fortaleza no deja salir su emoción y limita la escucha de su cuerpo, con lo que se atrapa a sí mismo en el NO SENTIR, coraza emocional que anula gran parte de su libertad y capacidad de comunicación e intercambio afectivo. Quien se enfrenta con todo para reforzar su debilidad interna a través de la violencia se pierde el contacto con la realidad y la escucha del dolor propio y ajeno, permanecer en una lucha constante solo propicia la soledad de NO ESTAR y NO ESTAR EN PAZ.




1 Según la estadística del Ministerio de Educación Cultura y Deporte en el informe 2015/16, en las universidades españolas el 54,1 % de las matrículas y el 58,0% de las personas egresadas son mujeres. Estos valores estaban invertidos en el año 2000 y a principios de los 80, momentos en los que la población universitaria femenina apenas alcanzaba el 25% 



2. Modelo Masculino Tradicional Patriarcal (MMTP) y sus consecuencias

Ser hombre implica seguir las reglas sociales y las normas de comportamiento impuestas por el colectivo y por la tradición cultural, pero también pensar y sentir de una forma determinada. Se aprende a sentir como varones, a vestir como varones, a no expresar el cariño, el miedo o cualquier otro sentimiento que se identifique con la debilidad o con lo femenino. En este modelo, la comunicación desde el corazón no es segura, la razón y la ciencia deben guiar los actos y expresar lo que se siente y no lo que se debe sentir es peligroso. Como hombres se debe demostrar la masculinidad de poder, pasar las pruebas que la sociedad impone para demostrar que se posee, que somos “hombres de verdad”. Y en el camino por demostrar quiénes somos, perdemos la oportunidad de ser quienes deseamos ser y nos jugamos la piel.

Lo que más fácilmente heredamos de nuestros ancestros son las emociones que sostienen los comportamientos, por eso es fácil que los hombres sientan una fuerte emoción positiva frente al riesgo y al peligro. Es de alguna forma una oportunidad para poder demostrar la valía como hombre, algo que se siente internamente como un mandato, por ejemplo: cuando un hombre entra en competición al volante porque otro hombre le adelanta (más si es una mujer), cuando alguien le agrede y siente la necesidad de responder con la misma o más violencia para no demostrar estar  amedrentado, o cualquier otra forma de demostración de valor o liderazgo que para los hombres es sinónimo de poder y reconocimiento, pero también origen de un tremendo daño contra sí mismo y su entorno. Todo esto da lugar a un modelo de hombre potencialmente peligroso y alejado de comportamientos saludables.

El MMTP y sus consecuencias para los hombres y su entorno

Desde el Centro de Estudios de Género y Masculinidades (CEGM) surgen en 1999 investigaciones con hombres jóvenes y adultos sobre la identidad masculina y sus parámetros sociales impuestos. El resultado será un esquema que desvelará los mandatos sociales de esa masculinidad heredera del patriarcado, es lo que llamamos Modelo Masculino Tradicional Patriarcal (MMTP). Se hizo a través de entrevistas personales y grupos de discusión que se orientaban desde la pregunta base: ¿Cómo es “un hombre de verdad”? ¿Qué tiene que hacer un hombre para ser “un hombre de verdad”? El resultado es un retrato en esquema (Fig.3) de la identidad de género que se proyecta sobre muchos hombres y que muchas mujeres entienden como real. Todos los elementos que aparecen en el esquema están relacionados y se retroalimentan para no dejar fisuras en el modelo hegemónico.


Según el mandato social, un hombre tiene que ser el poseedor del conocimiento y se le confiere la imposible virtud de la infalibilidad. Los hombres deben ser capaces de hacer cualquier cosa y tener conocimientos universales. Y como modelo están todos los superhéroes de ficción que todo lo pueden y que no creen en los límites. Raras veces un hombre contesta a una pregunta compleja con un simple "no lo sé", o dice no ser capaz de realizar alguna tarea, incluso aunque tenga que poner en riesgo su integridad física. Dentro de ese aparentar del MMTP está el aparentar saber y poder con todo como parte de una extraña demostración de poder. Una de mis alumnas de 16 años lo ilustraba con estas palabras a la perfección 2: "La mejor forma de conseguir que un chico haga algo es decirle que no es capaz de hacerlo".

Parte fundamental de la aventura de ser hombre pasa por expresar el valor a través del riesgo (Badinter, 92). Todo proceso de masculinización o adquisición de la identidad masculina requiere de algún rito de paso que implique riesgo y valor del aspirante (Bonino, 2015). Un ejemplo clásico en nuestra cultura fue durante mucho tiempo la “Mili” el servicio militar que te convertía en un “hombre de verdad”, pero también: el toreo, la velocidad extrema, el uso del fuego, los petardos y armas, la primera relación sexual coital, el consumo sin medida de alcohol y drogas, etc. En el caso de los varones adolescentes de hoy el único rito que se pasó de moda es el primero, los demás conservan plena vigencia y acentúan hasta el extremo el MMTP.

Por último, esa continua actividad y necesidad de mostrar y probar su identidad masculina obliga a los varones a estar instalados en el movimiento y en un viaje eterno sin llegar jamás a puerto y sin disfrutar de la travesía, al modo en que se describe a Ulises en la Odisea (Gil Calvo, 97). Mientras el príncipe azul comía perdices y era feliz con su amada en los cuentos y dibujos animados diseñados para chicas, las historias de chicos acababan con el caminar del héroe hacia el horizonte en busca de nuevas aventuras 3 (Sanz, 97, págs. 83-92).

Pero por debajo de la identidad aparente definida sobre estas líneas se sostiene una identidad oculta que rompe la norma del deber ser y que conecta a cada hombre con lo que desea ser realmente, alejado del modelo social de género. Es precisamente en ese plano en el que buscamos el futuro de las masculinidades, tantas formas de ser hombre como individuos existan y que esté alejado de la violencia machista y del riesgo como elementos masculinizantes.


El cambio posible de los hombres: Emociones y escucha

Dentro de la identidad oculta de cada varón se esconde una necesidad de crecimiento que rompa con la coraza que limita la expresión de las emociones. El camino para crear nuevas formas de ser y manifestarse como hombre pasa necesariamente por reaprender el mundo emocional y de la escucha. El hombre, por ser educado como tal, es analfabeto emocional y falto de la escucha solidaria y empática que le permite comprender a la otra persona y a sí mismo, no solo en el plano funcional, sino en el afectivo.

“Los Sambia de Nueva Guinea son un pueblo obsesionado con la masculinidad, a la que consideran altamente problemática, así como un dilema y una penitencia. Por tanto, la virilidad ha de inducirse artificialmente en los muchachos vacilantes. Para proceder a este estado seguro de masculinidad creciente, los más jóvenes deben ingerir el semen de los adultos mediante una felación, de  este modo la ΄semilla΄ dará lugar a un varón grande y fuerte”. (Gilmore, 1994, 148).

La mujer es mujer y no necesita entrar en competencia para serlo. La naturaleza le concede un rito de paso seguro, la menarquia (primera regla)4. Ninguna otra mujer pone en duda su feminidad ni su identidad, no tiene que demostrar nada a nadie porque no es su obligación alcanzar o superar nuevos retos, puesto que socialmente se plantea como un añadido de autosuperación y no como un mandato.

Antes de nacer, el feto identificado como varón al descubrir en la ecografía unos genitales masculinos, genera ya unas expectativas: “¡Qué patadas pega! Es muy fuerte, seguro que será futbolista”, diferentes a las creadas por otro feto identificado como mujer: “Pega pataditas, que inquieta va a ser esta nena”. Al nacer se confirman algunas expectativas y se generan otras: “¿Ves?, es fuerte como un toro y con ese paquete que tiene seguro que hará estragos entre las mujeres”. De este modo se crean una serie de guiones de vida a los que hay que responder para no ser rechazados: "¿No crees que ese niño juega demasiado con muñecas?, es demasiado callado, a ver si se nos va a “amariconar".




El modelo de masculinidad patriarcal que predomina determina una serie de sentimientos y los transforma para reforzar la identidad del varón frente a cualquier atisbo de debilidad creando otras debilidades (Giddens, 95). Desde la apariencia, la tristeza y el dolor deben convertirse en fortaleza y contención. Un hombre no puede sostener siempre la tristeza o el dolor porque no sabe, el miedo le invade pero este tampoco le está permitido. Sólo le enseñaron a negar sus emociones, no a atravesarlas y permitírselas. Un hombre no puede mostrar siempre fortaleza frente al amor porque perderá a la persona amada. Tampoco puede resistirse a la alegría o al placer porque ninguna relación personal sería viable y placentera. Y tampoco puede dejar de ser hombre y de defender su virilidad aprendida. ¿Qué sucede cuando el varón “no da la talla”?

Cuando un varón cree no cumplir con el mandato del MMTP y su máscara de fortaleza se resquebraja, aparece la rabia en forma de impotencia. La rabia se transforma fácilmente en violencia y en agresividad, lo que le permite recobrar falsamente una situación de seguridad, es decir, se hace uso de la violencia para recuperar el lugar de poder.

Desde la fortaleza resulta imposible la comunicación en igualdad, el intercambio y los vínculos en clave de paz y, por tanto, también el placer y la sexualidad. La rabia acaba igualmente con los vínculos, pero tiene el efecto perverso de hacer recuperar un tanto de poder ficticio frente a las demás personas. De un varón instalado en la contención y en la fortaleza de espíritu, capaz de no llorar ni en el entierro de sus más queridos, surge un varón temido y distante.

Formas de aprender la escucha emocional

Se puede entender a los varones en pleno crecimiento y cambio de actitudes, pero no es suficiente con un cambio de imagen. Se precisa una adecuada revisión de cómo los varones escuchamos las emociones propias y ajenas, empezando por conectar con sus emociones reales más allá de las aprendidas.

En origen podrían existir muy diversos modelos masculinos pero todos ellos quedan cercenados por la transformación, y la translocación en las emociones que impulsa el MMTP. Esto implica el corte emocional del que antes se hablaba y la pérdida de la capacidad de expresión y escucha de las emociones, dicho de otro modo: la limitación de los hombres para desarrollar sus capacidades empáticas como mecanismo de poder y control.

Esta pérdida va a generar de forma inmediata una dificultad comunicativa de los varones con las mujeres, con otros hombres y consigo mismos. Aparece en este momento el conflicto relacional del que son víctimas un gran número de varones y de las mujeres masculinizadas, que imitan modelos de poder masculinos.

Ante esta situación se plantea un proceso terapéutico y educativo que pasa necesariamente por la reconstrucción del cuerpo de las emociones. A través de la terapia y de los ejercicios preventivos en las aulas se desarrolla la capacidad de autoescucha de mujeres y hombres para permitir que contacten libremente con su emoción en un proceso de introspección necesario y curativo. Los procesos de paternidad presente y corresponsable tienen el mismo efecto terapéutico con los hombres.

En segundo lugar se trabaja el “hacia afuera”, desarrollamos la escucha emocional y activa del otro a través de ejercicios de empatía, juegos solidarios y cooperativos que requieren de la implicación de la totalidad de la persona, en los niveles cognoscitivos y sensitivos. Dicho de un modo sencillo, se mejora la capacidad de comunicación desarrollando los espacios de placer de la persona y la creación de sus vínculos en equidad.

Este proceso conlleva la reestructuración del cuerpo en un cuerpo para la emoción, que pueda disfrutar y expresarse libremente sin límites de género, es decir, reeducar al cuerpo para que cambie su estructura y el pensamiento que crea la contención emocional. Es habitual ver a pacientes hombres que presentan corazas corporales (rigidez en las caderas la espalda, pecho bloqueado, tensión mandibular, etc.) visible exteriormente y como estas a lo largo del trabajo de desarrollo personal y terapéutico van reduciendo o desapareciendo en su totalidad.

Grupo de discusión parte del trabajo de investigación realizado en febrero de 1999 en Sagunto paralelo a unas intervenciones en el aula sobre “El  cuestionamiento de los mandatos de género” del Proyecto Ulises.

3     En este sentido resulta realmente interesante el desempeño de los roles en series de dibujos Manga o La Patrulla Canina, Bob Esponja, Heidi, Candi, Oliver y Bengi y derivados o cualquier otro tipo de dibujo habitualmente japonés, donde se muestra claramente la sumisión o anulación de las mujeres, la competencia salvaje de los varones o las relaciones de poder entre razón y emoción. La sociedad japonesa posee una tradición patriarcal y capitalista llevada al extremo (el nivel de suicidio en adolescentes es muy elevado) y, sin embargo, entra en nuestras casas sin filtro ni vigilancia a través del 80 % de los cómics y las series de dibujos animados que consumimos en España y Europa.

4 Los problemas de identidad en la mujer habitualmente vienen parejos a las últimas reglas (climaterio) y al comienzo de  la etapa de menopausia o la no consecución del mandato reproductivo.

3. Otras formas de construir igualdad como hombres diferentes desde las identidades endógenas y la teoría feminista

El camino para crear nuevas formas de ser y manifestarse como hombre pasa necesariamente por reaprender el mundo emocional y de la escucha empática. Somos, por ser hombres educados como tales, analfabetos emocionales y faltos de la escucha solidaria que mira y siente y que nos permite comprender a la otra persona y a nosotros mismos, no solo en el plano funcional sino en el afectivo. Se trataría de cambiar y amplificar los espacios de acción y efectividad por la pasividad (no iniciar sino solo estar en presencia consciente) y la afectividad. Conectando a los hombres con aprendizajes afectivos comenzamos ese duro y necesario proceso de desmasculinización social.


Para iniciar este otro parámetro de cambios masculinos además de los procesos de cuestionamiento en la escuela, potenciamos desde el Proyecto Ulises, y otros proyectos y entidades, grupos de reflexión y cambio solo para hombres. Algunos de estos grupos surgen de forma natural en paralelo a grupos feministas. En el estado español hemos censado aproximadamente 250 grupos de este tipo (aunque seguramente existan muchos más que no tienen un registro o se identifiquen públicamente) a través de los AIGHE (Asociación de Hombres por la Igualdad de Género, Hommes Igualitaris, Red de Hombres por la Igualdad, etc.



Según Vicent Marqués, uno de los propulsores de estos grupos, para aprender a repensarse como hombre la motivación de cambio proviene de las discrepancias con las exigencias sociales: “Desde las identidad masculina... a todo varón se le supone a priori, en virtud de su sexo, un carácter competitivo y desconectado de sus emociones. Pero este carácter no es solo una suposición, sino también una exigencia”. (Marqués, 1991)

Este es el precio que todos los varones tienen que pagar por los privilegios de la esfera pública. Un hombre se define por lo que hace, no por lo que es. El varón se realiza en la vida pública, halla su identidad en su trabajo. No este un coste bajo pero, en todo caso, este coste implica la posibilidad de mantener un estado de dominación o discriminación del colectivo masculino sobre el femenino, lo que a su vez permite disfrutar las posibilidades de la vida pública y otorga a todo varón un espacio donde ejercer su competencia como gobernador: el hogar. (ibid)

Para desarrollar y promover el cambio de los hombres, y por lo tanto la igualdad, es necesaria una renuncia consciente de los privilegios por parte de los hombres:


“...la historia de la desigualdad debe acabar, y la mejor forma de conseguirlo es mediante la renuncia a los privilegios nacidos de la injusticia.” (Lorente, 2009)


¿Existen nuevas masculinidades que renuncien a los privilegios culturalmente reproducidos y aprendidos desde la emoción?

En este sentido esta renuncia consciente precisa de un cambio de paradigma en la construcción y reconocimiento de las identidades de los hombres. Para ello no basta con un cambio en la forma de ser, sino también es preciso un cambio en la forma de relacionarse y priorizar tareas. Del lado de las investigadoras feministas llega el discurso de Chorodow (1978), que une las subjetividades masculinas con la necesidad del aprendizaje de los cuidados. Hombres más conectados con la empatía, con el cuidado y desde la igualdad lo hacen gracias al ejercicio consciente de la paternidad (unidad 2). De algún modo los hombres solo pueden ser hombres desde la emoción, la escucha afectiva y sin la violencia, si viven las experiencias de cuidado en el sentido más amplio, no solo a través de la crianza positiva y consciente, sino también en su desarrollo del cuidado a personas mayores y enfermas que hasta la fecha ha recaído fundamentalmente sobre la responsabilidad y la dedicación de las mujeres, el 92,3 % de los permisos laborales para cuidados lo solicitan las mujeres en nuestro país.

Si analizamos los modelos relacionales de los hombres, vemos claramente que es otra de las patas fundamentales en esta base para el cambio hacia la Igualdad con mayúsculas. Existe un gran campo de trabajo de intervención social y terapia para trabajar esta faceta de los hombres y los vínculos acordes o no con el modelo establecido, pero que sin lugar dudas requiere de una profunda reflexión, no solo en el amor, sino en cualquiera de los vínculos que los hombres pueden protagonizar.

Sería una falacia y una vuelta al modelo hegemónico de poder pensar que la identidad de los hombres y su cambio empiezan y acaba en ellos mismos y en la reforma de su identidad. Al igual que el proceso llevado a cabo por el feminismo en los últimos 150 años, empezamos el cambio de los hombres desde el sistema y el análisis de las estructuras patriarcales, luego desde dentro para observar al individuo y su construcción subjetiva, pero también es fundamental observar y cambiar desde las estructuras relacionales para que el cambio sea integral. De nada sirven ideales políticos de igualdad y hombres que se piensan desde la igualdad si, a la hora de vincularse, vuelven a chocar con las estructuras relacionales clásicas y jerárquicas donde pueden seguir ejerciendo de forma sutil sus privilegios. “Cuando los hombres se colocan frente a otros hombres habitualmente repiten el modelo ancestral de comportamiento porque sencillamente es el camino más veces transitado y que identifica a la manada o a la pandilla.” (Gil Calvo, 97).




Para construir una masculinidad desde el principio de igualdad, es preciso romper con el sistema de competencia y éxito de cada hombre contra el de al lado.

El poder masculino, y por tanto la identidad, está en juego en cada encuentro con otro hombre, se trata de una permanente necesidad de demostración, sensación de alerta y contención, es decir, no mostrar la debilidad frente a los rivales del mismo género.

En el espacio laboral suele darse con cierta frecuencia la pelea entre machos alfa por la demostración de poder, éxito, reconocimiento, alardeo de lo que se posee o se va a poseer y, con mucha demasiada frecuencia, las habilidades de caza de los hombres en relación a las mujeres. Esto también ocurre en el espacio social y en el modelo de amistad masculina donde lo primero no suele ser qué sino cuánto.





4. Referencias bibliográficas

Ritxar Bacete “Nuevos hombre buenos”


Otras formas de ser hombre desde el feminismo. Irantzu Varela



Algunas formas en que las masculinidad tradicional se expresa y cómo acallarla Erick Pescador


Educar para el cambio

Sabías que: Hay decenas de culturas donde el papel de los hombres en las relaciones familiares y la crianza son otros tangencialmente opuestos a los aprendidos en el patriarcado. Por ejemplo en Michoacán (México), o los “Musus” de las tierras de Oaxaca en el Pacífico, o los hombres Silk en la India.

Recuerda que: La masculinidades se aprenden y por tanto se pueden desaprender, cambiarlas y modelarlas hasta encontrar la propia o educar en la diversidad a las futuras generaciones de hombres.