Visibilidad de las diversidades y las violencias relacionadas
- 1. Visibilidad de las diversidades y las violencias relacionadas
- 2. Origen y sostenimiento ideológico de las violencias machistas
- 2.1. Las paradojas de las masculinidades en el siglo XXI y el mantenimiento del modelo tradicional de masculinidad
- 3. Trabajando sobre las violencias sexuales con los hombres
1. Visibilidad de las diversidades y las violencias relacionadas
El maltrato de los hombres hacia las mujeres y lo femenino en pleno siglo XXI y en el seno de una sociedad que se llama democrática e igualitaria es una lacra. Las violencias machistas son problemas de hombres que sufren las mujeres.
Entrando más en profundidad, se podría desgranar la violencia contra las mujeres, lo femenino y cualquier forma que no sea hegemónica masculina o heteropatriarcal, en muchos aspectos cotidianos. Dicho de otro modo, existe un nivel de violencia machista no tan visible de toda la estructura patriarcal contra los hombres que rompen la norma hegemónica y deciden vivir sus propias formas de ser hombres o de ser personas más allá de su adscripción biologicista de género o del modelo social predominante. Todas las “masculinidades Frikis” son la gran esperanza del cambio y por eso son tan atacadas por estructuras y personas del antiguo régimen machista.
En concreto, la violencia sexual hoy es un tema de alarma social y de preeminencia y a todas luces fundamental. Los hombres aprenden a través de los anuncios, las películas, los videojuegos, las novelas y series románticas y por demás, con la pornografía y la prostitución, que el cuerpo de las mujeres es de su propiedad y, por tanto, pueden y deben hacer uso de él y poseerlo, usurparlo o golpearlo con pleno derecho.
Un ejemplo claro de la violencia machista a través de la sexualidad y los cuerpos es el aumento exponencial de los contenidos en Internet que referencian abusos o violaciones. La muestra está en la cantidad creciente de vídeos e imágenes pornográficas donde se humilla, golpea o insulta a las mujeres como práctica de excitación sexual.
En la cara opuesta se hablará de cómo construir en el aula, en la calle y en la casa modos de cuidado y de relaciones de paz que son franca respuesta y alternativa a las atrocidades de la violencia por cuestión de género.
Rompiendo con el modelo de siempre tenemos grandes referentes actuales que hacen abiertamente campaña para considerar las diversidades masculinas, algo que sería impensable hace 10 años. Es el caso de Roy Galán e Isabel Duque (Psicowoman) que en conjunto y por separado abogan por una reflexión y un cambio que no tiene vuelta:
2. Origen y sostenimiento ideológico de las violencias machistas
Durante los últimos años han aparecido datos preocupantes referidos a las diferencias entre géneros: resultados académicos, elección de especialidades profesionales, asertividad, motivación, etc. Los varones realmente están abandonando los estudios antes y con peores resultados que las mujeres. Pero esto es solo un síntoma de un problema con mayor trasfondo.
Las personas que más de cerca viven estos procesos de diferenciación y reducción de posibilidades vitales por cuestión de género son las y los educadores y, en muchas ocasiones, es desde aquí donde proviene la demanda de intervención y seguimiento. Entre otras cuestiones resaltan el creciente abandono de los varones de sus estudios y la pronta incorporación a un mercado laboral (de forma precaria) frente a la creciente competitividad y mejor desarrollo académico de las mujeres (Barragán, 98).
El futuro que se dibuja pasa por una proletarización educativa de los varones y una culturización y capacitación de las mujeres. También sucede que no todas las mujeres acceden fácilmente al mercado laboral a pesar de su mayor y mejor formación y, si lo hacen, es siempre percibiendo salarios inferiores y con la imposibilidad de alcanzar altas cotas de poder y dirección en el seno de las empresas (Gil Calvo, 1997, 43 y ss.). Esta desigualdad básica se integra y reproduce a través de las escuelas y de las estructuras de género del proceso educativo. En definitiva existe un cambio social de las mujeres pero los hombres no han iniciado movimiento alguno, lo que paraliza un ajuste adecuado de las estructuras sociales hacia la igualdad.
A la vista de esta realidad que se plasma cada día más claramente en las aulas, surge la necesidad de definir qué ideologías y qué concepciones son las dominantes relacionadas con el género, y cómo estas pueden determinar o no los resultados académicos, el comportamiento diferencial en lo doméstico, en la expresión pública y privada de la masculinidad, en las relaciones inter e intra género y en las estrategias para el cambio de condición de género en pro de la igualdad y la equidad entre mujeres y hombres.
La información que aquí se presenta es el resultado de una investigación diseñada para captar las ideologías y las concepciones espontáneas de las y los jóvenes entre 14 y 18 años con relación a la creación y mantenimiento de las masculinidades. La investigación de se ha realizado en los últimos tres años y ha contado con la participación de 126 jóvenes de 3º y 4º curso de Educación Secundaria Obligatoria (ESO) en Santa Cruz de Tenerife, Valencia y Madrid. Además, se incluye una experiencia de intervención realizada posteriormente en un centro de educación secundaria en Sagunto.
Analizamos el significado y las consecuencias de algunas de las ideologías y concepciones que los jóvenes plantean con relación a las masculinidades. Al final y para completar el estudio aparecen una serie de propuestas de cambio para los currículos que, a nuestro entender, facilitarían el cambio hacia la igualdad minimizando, en la medida de lo posible, algunas de las consecuencias más perniciosas de la diferenciación de género.
El caso que nos ocupa hace referencia concreta a lo que sucede en la escuela con las relaciones y las vivencias de chicas y chicos adolescentes desde una perspectiva de género. En especial se centrará la atención en cómo las estructuras de género influyen en la formación y el desarrollo de las y los jóvenes dentro de los cinco ámbitos que a continuación se señalan.
La obtención de los datos y su análisis se realiza teniendo en consideración cinco ámbitos que consideramos clave, partiendo de un estudio preliminar y siguiendo la metodología de consenso entre tres jueces expertos. Surgen todos de un análisis previo de la expresión del tradicional conflicto en torno a la polarización genérica y a la definición de lo masculino. Los ámbitos son los siguientes: académico, doméstico vs. público, expresión pública y privada de la masculinidad, Relaciones intra e inter género y estrategias para el cambio.
1- Desde la perspectiva de lo académico, analizamos no solo los resultados o el nivel de fracaso, sino también la tendencia y elección de asignaturas optativas según el modelo abierto del nuevo plan de enseñanza para 3º y 4º de ESO (Enseñanza Secundaria Obligatoria) y cómo estos factores pueden estar definidos desde las identidades de género patriarcales. Este ámbito es de vital importancia, ya que fue su observación en la escuela lo que dio lugar a los estudios preliminares, en concreto, en relación con las dificultades de aprendizaje de los varones y su alto índice de fracaso escolar. También se incluye una revisión de los juegos y la motivación por el logro, por entender que en estos aspectos continúan las diferencias.
2- Al hablar de ámbito doméstico y del público, enfrentamos dos espacios de poder tradicionalmente asumidos como femeninos y masculinos respectivamente. Podría parecer que esta oposición ya no existe y que hombres y mujeres comparten de igual modo ambos espacios, pero la realidad es bien distinta a la vista de los resultados, lo que justifica sin duda atender a factores como la distribución de las tareas en el hogar, las representaciones de lo femenino y masculino que se hacen dentro de la casa, la expresión de la paternidad y la maternidad y la distribución del ocio. Es otro de los indicadores más cotidianos que miden cuánto ha cambiado la sociedad en el sentido de igualdad entre géneros.
3- El tercer ámbito se refiere a cómo se visualiza y aprende la masculinidad, o lo que es lo mismo, la representación social de la experiencia masculina, de la masculinidad aprendida y reforzada desde lo cotidiano. Los hombres, y las mujeres por imitación del modelo imperante, resignifican el éxito y la violencia como indicadores de pertenencia a un género dominante. En este apartado también se analizan el androcentrismo presente en todos los espacios sociales y la necesidad de diferenciar entre mujeres y hombres como dos realidades contrapuestas e irreconciliables. Por último se atiende también aquí la homofobia como factor reafirmante de la masculinidad, gran fantasma que hace inseparables cuestiones de orden distinto, como son la identidad de género y la orientación del deseo.
4- Completando la expresión de la masculinidad, en el cuarto ámbito se trata la interacción entre personas del mismo y distinto género, cómo estas responden a la norma social y cómo se expresan: ¿qué tipo de dificultades genera una perspectiva masculina de las relaciones inter e intra género? El ámbito comprende las relaciones de amistad, amor y sexualidad, aun teniendo conciencia de que los conceptos no definen realidades estrictamente separadas, ya que en lo cotidiano se superponen y combinan.
5- Por último, hablando de estrategias para el cambio, se dará un repaso a lo que podría ser un cambio hacia la igualdad que se propugna desde los medios públicos pero que, solo en contadas ocasiones, se manifiesta en lo cotidiano o en lo privado. Se pregunta en este apartado por el grado de concienciación para el cambio, las explicaciones que chicas y chicos dan a las realidades de discriminación y las estrategias reales con las que cuentan para realizar esos cambios hacia la igualdad entre los géneros. Tratándose de temas tan extensos e interconectados como los aquí tratados, resulta lógico que el trabajo de investigación sea abierto, participativo, interactivo y difícilmente reducible a lo meramente numérico. El tipo de metodología empleada es, por lo tanto, básicamente cualitativa y se ha partido de un análisis basado en dos estudios: en el primero se trabaja sobre las ideologías derivadas de los grupos de discusión mixtos y mono-genéricos (tres grupos por centro). En el segundo estudio se analizan las concepciones espontáneas surgidas de entrevistas personales a 10 chicas y 10 chicos por centro.
La estructura diferenciada de géneros dificulta especialmente en los varones: las relaciones personales y la construcción de una identidad personal sólida (y por tanto la autoestima y la motivación por el cambio). De algún modo se están educando varones adolescentes inmersos en el conflicto y la apatía, incapaces para relacionarse y con un profundo miedo a equivocarse.
En consecuencia, el problema que se plantea en esta investigación y en la posterior intervención es doble: por un lado, el análisis y la comprobación de las dificultades que genera el actual sistema de representación del género en la escuela. Por otro, el planteamiento crítico del origen de esos conflictos y la posible elaboración de pautas educativas que corrijan las circunstancias discriminatorias y las dificultades de entendimiento entre mujeres y hombres.
El sistema educativo como uno de los agentes socializadores básicos crea y sostiene ideologías y concepciones espontáneas que definen los roles de género de mujeres y hombres. Es durante la adolescencia (entre los 12 y los 18 años) cuando estas construcciones simbólicas de la realidad toman su mayor expresividad y se asumen e integran dentro de la vivencia de la sexualidad, de las relaciones personales y de los proyectos de vida y comportamientos habituales. Es decir, las ideologías y las concepciones aprendidas o reforzadas en la escuela en torno a la identidad y condición de género troquelan la individualidad generando modelos de comportamiento que aparecen en nuestra sociedad como problemáticos. El espacio social queda definido entonces en términos masculinos ya que el origen de nuestra sociedad es patriarcal, esto supone una transformación de las mujeres hacia modelos masculinizantes y la pérdida de espacio y de modelos de los hombres que cada vez ven el espacio que les define frente a las mujeres más reducido. El resultado de tal proceso es el caos de las masculinidades y la anulación de todo aquello considerado femenino.
Las capacidades académicas vienen determinadas por la asunción de un rol masculino o femenino al igual que las temáticas seleccionadas para el estudio. El fracaso escolar de los varones es muy superior al de las mujeres y crece especialmente en el tramo de edad de la adolescencia. Por otro lado, la motivación por el logro es prácticamente inferior en los varones en comparación con el crecimiento que experimenta en las mujeres.
Las mujeres abandonan el espacio doméstico en pos de una mayor ocupación del público, sin embargo para los varones es impensable el flujo contrario. La consecuencia es que el espacio doméstico queda deshabitado, con lo que ello supone para la crianza y el cuidado de las hijas y los hijos. Los roles femeninos y masculinos se entrecruzan pero siempre desde la consideración de que un hombre pierde prestigio al tomar roles tradicionalmente femeninos, mientras que una mujer gana una mejor consideración social al entrar en el mundo del trabajo y de lo público. Se ejercen una paternidad y maternidad ausentes. El ocio es un espacio plenamente reservado a los varones mientras que las mujeres no disponen de él por duplicar su jornada entre lo público y lo privado o no se creen con derecho a poseerlo, es por ello que la mayoría de las actividades de ocio se diseñen para los varones. A pesar de la creciente entrada de la mujer en el mundo laboral, continúa existiendo una importante discriminación laboral relativamente aceptada por la sociedad que sigue considerando que la mujer tiene menor capacidad para todos aquellos trabajos que tengan que ver con el estudio, la gestión o la fuerza física, mientras que sí se las considera dentro del espacio del cuidado, la educación y lo doméstico, pero siempre percibiendo sueldos inferiores. Todo esto puede verse reflejado en las ideologías y concepciones actuales de los adolescentes.
Nada de esto puede evolucionar hacia un cambio sin antes modificar la expresión pública de las masculinidades. Si no surge una idea distinta de varón, no es posible que la mujer y el hombre convivan desde la igualdad y la equidad y sin la necesidad de modelos y roles de género castrantes.
Los modelos tradicionales de varón generan una idea del éxito estereotipada que no deja lugar a la mujer. A su vez, promociona comportamientos violentos y agresivos en los varones que imitan las mujeres ya que, a pesar del rechazo aparente ante dichos actos, la violencia se considera en nuestra sociedad como un mecanismo útil para alcanzar objetivos. El andro-centrismo y la lucha entre los géneros refuerzan las diferencias entre hombres y mujeres. La homofobia aparece como otra de las claves para reforzar la identidad masculina y la ejercen también las mujeres.
Las relaciones entre los géneros están mediatizadas por la definición de género y aparecen modelos diferentes y frecuentemente antagónicos de amistad, amor y sexualidad, impidiendo la formación de modelos coincidentes, complementarios o compatibles. También las relaciones entre personas de un mismo género se ven afectadas por estas predeterminaciones sociales, en especial en la relación entre los varones donde la intimidad, el cariño o la proximidad física quedan anuladas. Consideramos que los varones no poseen ni motivación ni estrategias para el cambio hacia la equidad ya que no existen modelos de varón socialmente reforzados (dado que la competitividad es muy elevada). Tampoco existe una conciencia de la necesidad de cambio, y si existe, es solo desde la apariencia del eslogan social de un feminismo en pleno desarrollo, pero que aún no ha calado en la conciencia individual.
Ni mujeres ni hombres pueden dar explicación a la discriminación y la diferencia lo que hace de esta circunstancia algo aún más abstracto y más complicado de cambiar. Los resultados alcanzados son ricos y diversos, sin embargo intentaremos centrarnos en tres puntos clave:
- Las paradojas de las masculinidades en el siglo XXI y el mantenimiento del modelo tradicional de masculinidad.
- Expresión de las emociones en varones adolescentes y génesis de la violencia.
- Aplicación práctica de los resultados y creación de una conciencia crítica frente a las masculinidades.
2.1. Las paradojas de las masculinidades en el siglo XXI y el mantenimiento del modelo tradicional de masculinidad
Los hombres no existen
Etimológicamente, "masculino" se asocia a macho cuya raíz proviene del latín "masculus", propiamente diminutivo de "mas / maris", de igual significado. Sus derivados son: machango, machona, machota, machón, 1734. Machorra: "estéril", (1495 Dic. Español-Latino de Nebrija), tan incapaz de concebir como un macho. Cultismos: Masculino (1438 Corbacho de Martínez de Toledo), del latín "masculinus"; masculinidad, 1734. Emascular, lat. emasculare "castrar"; emasculación. Compuestos: Machiembrar, 1765- 83 (Corominas, 1961).
Como adjetivo: "... Todo ser dotado de órganos fecundantes. Propio del varón o animal macho... Conjunto de cualidades en que consiste ser masculino o muy masculino" (Moliner, 1966).
Masculinidad es todo aquello que se identifica o tiene calidad de masculino. Consideramos que lo masculino es lo propio del varón o del animal macho. Como adjetivo puede aplicarse a todo ser dotado de órganos fecundantes” (Diccionario Ilustrado de la Lengua Española, 1974)
Si entendemos como varón a aquel individuo hombre que representa y sostiene lo masculino y representa la masculinidad, por oposición NO son varones quienes no representan lo masculino o lo muy masculino, quienes están castrados, quienes no hacen cosas propias del animal macho y/o quienes no posean órganos demostradamente fecundantes.
En consecuencia, del conjunto de los varones de una sociedad determinada, pongamos por ejemplo la nuestra, no son tales:
- Las personas que no representan lo masculino en el sentido tradicional y tal y como definen las normas sociales y las ideologías que las sustentan.
- Los hombres que aun siendo masculinos no son muy masculinos.
- Las mujeres que aun siendo masculinas carecen de órganos fecundantes.
- Los niños que siendo o no masculinos no pueden demostrar que sus órganos son fecundantes
- Los hombres de cualquier edad que por edad o condición no pueden fecundar.
Sería necesario añadir a lo citado en los diccionarios lo que se muestra en las ideologías de hombres y mujeres de nuestra sociedad y las contradicciones que representan:
- Los hombres no lloran, si lloras no eres hombre.
- Los hombres no son débiles, si expresas lo que sientes eres débil, si sientes no eres hombre.
- Los hombres son más hombres si erectan y eyaculan en el fondo de la vagina, si ese no es tu objetivo o tu práctica sexual favorita, no eres hombre.
- Los hombres son más hombres cuando son padres de hijos varones.
- Los hombres no son mujeres, si haces cosas de mujer ya no eres hombre.
- Los hombres tienen el poder (político, económico, social, etc.) si no tienes poder no eres hombre.
- Los hombres son fuertes y agresivos, si te muestras pacífico no eres hombre.
El término "masculinidad" aparece por vez primera en 1734, en el tercer volumen del Diccionario de Autoridades de la RAE (Real Academia Española) y se define como "la calidad que constituye o diversifica el sexo masculino, es voz usada en lo forense. Latín 'Masculinitas'. Deriva de 'másculo'."
En nuestra sociedad la masculinidad constituye desde lo homogéneo y hegemónico más que diversifica a los varones. Esto significa que socialmente solo existe una forma adecuada de representar la masculinidad en sociedad y, si no corresponde con la propia, entonces no se puede ser un hombre de verdad.
Los varones adolescentes representan de igual modo esa búsqueda sin sentido, un viaje a ninguna parte intentando ser un hombre de verdad cuando en realidad los varones no existen. ¿No existe la diversidad? No existe el hombre.
Nos equivocamos al hablar de masculinidad en singular. Al decir masculinidad y no masculinidades estamos presuponiendo la singularidad del término, de tal modo que parece como si solo hubiera una forma correcta y adecuada de representar lo masculino y de ser hombre, y socialmente así es. Sin embargo, la diversidad cultural de nuestro mundo permite analizar diversos matices de comportamiento de género en las distintas sociedades.
“La diversidad masculina persiste de un extremo al otro del mundo a pesar de la creciente occidentalización” (Badinter, 1993, 44).
Entre las culturas occidentales y orientales, por ejemplo, la diversificación social es mayor y, por tanto, podemos encontrar formas muy distintas de ser hombre y de mostrar la virilidad. Mientras que en la sociedad española los jóvenes demostraban su virilidad cumpliendo el servicio militar, colocándose frente a un toro, bebiendo hasta perder la consciencia o realizando cualquier otra acción de riesgo, en China la virilidad se alcanza por el respeto y por un comportamiento honorable y en ocasiones sumiso frente a los varones más ancianos, quien pierde su honor pierde su masculinidad. La multiculturalidad se muestra entonces como un factor que amplía el concepto reducido de masculinidad. Sin embargo, Gilmore (1994) afirma que trasciende una idea continua de ser hombre y que esta viene determinada entre otros factores por la existencia de pruebas para obtener su masculinidad. Las masculinidad siempre está en duda y depende de la superación de dichas pruebas, distintas en cada cultura.
Se trata de demostrar ante el entorno social que se poseen las capacidades de un adulto varón, aunque esas capacidades y pruebas varíen según el entorno. Hay una tendencia a unificar una forma concreta de ser hombre para evitar la diversidad y la supuesta confusión que conllevaría.
Por otro lado, dentro de cada sociedad existen individuos capaces de sentir y pensar, cuyas características circunstanciales y vivenciales les hacen diferentes a otros, a pesar de la creciente hegemonía del comportamiento humano. Muchas veces existe mayor parecido entre una mujer y un hombre que entre dos hombres.
Montoya (1998) analiza la masculinidad en Nicaragua y su vinculación a la violencia y habla sobre “la identidad masculina hegemónica en Nicaragua” haciendo referencia a una “masculinidad asignada”, que no es otra cosa que “la forma legítima y que sirve de medida según el contexto sociocultural” para saber cómo se adquiere o no la condición de varón adulto (Conell, 1995).
Pero a pesar de la asignación social y de la tendencia cultural:
“Cada uno tiene su propia percepción y vivencia de lo que significa ΄ser hombre΄. Cada uno vive ese ΄deber ser hombre΄ de la masculinidad hegemónica de manera distinta de acuerdo con sus otras condiciones de vida determinadas por la clase, raza, etnia, edad, preferencia sexual, época histórica, etc.” (Montoya, 1998, 16).
A ese largo etcétera añadiríamos la subjetividad como elemento aglutinador de la variabilidad y la homogeneidad. Cada varón está representado por una parte del modelo social de masculinidad y por la diversidad de su identidad más profunda como persona, como ser irrepetible.
De este modo, los varones atienden a dos parámetros que definen su forma de ser hombre: Por un lado los aspectos sociales que parten de lo homogéneo, y por otro lo que parte del individuo en relación con su medio y sus condiciones particulares, que diversifica la idea de masculinidad y por tanto la pluraliza.
“La autoidentidad, es decir, la percepción de sí mismos, se conforma por la conciencia que el sujeto tiene de sí mismo en relación con el mundo, pero también se construye a partir de la identidad asignada por la cultura y el medio social” (Ibid.).
El término “masculinidad” va ligado a diversos reconocimientos sociales que jerarquizan lo masculino sobre lo femenino. La masculinidad es, por tanto, una cualidad de mayor valor y representatividad social que su antónimo, la feminidad. Ser masculino tiene aún hoy un sobre valor positivo mientras que lo femenino puede ser utilizado incluso como contravalor: “es demasiado femenino”.
El valor de lo masculino a través del lenguaje muchas veces queda oculto por lo cotidiano y tradicional. El lenguaje masculiniza la realidad y determina lo que es prioritario, deseable y posee un mayor valor.
El patriarcado divide y determina los espacios de poder entre los géneros. Reproduce la idea positiva y valorada de "masculinidad" y de "lo masculino" a través de afirmaciones o requerimientos como: "sé un hombre de verdad", o "debes ser un auténtico hombre", indicando que la acción contraria a la norma es ser "poco hombre" o "femenino", lo que haría perder todo el valor a la persona.
La sociedad castiga severamente, a través de la vergüenza y el ostracismo, todas las transgresiones de los hombres frente a lo masculino, preservando cada norma androcéntrica que asegura la reproducción de un sistema de poder arcaico desde y para los varones y en oposición a las mujeres y lo femenino. Es decir, no ser o no demostrar "ser hombre" se identifica con “ser femenino” y, por tanto, desprovisto de valor social. La masculinidad no surge por sí misma, sino como oposición y negación de lo femenino (Marqués, 1992).
“Generalmente los machos aprenden lo que no deben ser para ser masculinos antes que lo que pueden ser. Muchos niños definen de manera muy simple lo que es la masculinidad: lo que no es femenino” (Hartley, en Badinter, 51, 1993).
Todas estas definiciones presentan un modelo único para ser hombre, una masculinidad singular que no permite la variedad, castiga la disidencia e impide la innovación. Como veremos en nuestro estudio, y a pesar de las pretensiones homogeneizadoras de nuestra sociedad occidental, masculinidades hay tantas como personas las representan, al igual que feminidades.
En definitiva, la masculinidad como adjetivo significa poder, no ser femenino y no poder decir con libertad lo que se siente. Como sustantivo representa a personas y cosas, actitudes y comportamientos que tienen asignado el símbolo positivo frente al sustantivo feminidad, que representa un símbolo negativo o sin valor social. Pero también la palabra masculinidad representa a todos los varones, sus actitudes y formas de pensar, y hoy no coinciden más que en su diversidad.
3. Trabajando sobre las violencias sexuales con los hombres
Suponemos que el modelo tradicional está en crisis, pero sin embargo el modo de ser hombre no se ha modificado. Contraponiendo las ventajas y los inconvenientes del modelo deberíamos hallar la respuesta al inmovilismo del modelo patriarcal tradicional. Partiendo de la investigación antes mencionada y de trabajos posteriores, hemos hallado una serie de elementos que definen las dificultades que implica la expresión de la masculinidad tradicional y los refuerzos que la sociedad crea para su conservación frente a otros modelos alternativos de masculinidades.
Dificultades
Los adolescentes expresan las dificultades para ser hombres a partir de la queja. La queja frente a la mujer y a otros hombres. Por ejemplo hay un cierto hastío a la necesidad de llevar siempre la iniciativa, a ser los mejores o a demostrar y aparentar que pueden con todo a pesar de que no deseen aceptar todos los retos. A la hora de relacionarse tienen dificultades para expresar sus sentimientos, miedos y debilidades y creen no poder permitírselo, sobre todo delante de otros compañeros. Es como si necesitaran “mantener el tipo” a todas horas y solo en contadas ocasiones pudieran soltar y relajar un tono de tensión y apariencia excesivos.
Esto se expresa en la dificultad para decir no o en la imposibilidad de no acertar un reto: “...la mejor forma de hacer que un chico haga lo que tú quieras es picarlo y decirle que no puede hacerlo...” “Los chicos son muy fáciles. Ellos siempre tienen ganas de lo mismo”.
En el sexo ocurre algo paradójico y triste. Muchos chicos manifiestan en confianza su dificultad para sentir placer en una relación sexual en la que toda la iniciativa y la responsabilidad deben asumirla ellos. Son ellos quienes deben dar el primer paso, llevar el preservativo y buscar el lugar adecuado.
Expresar sentimientos o intentar mantener y sostener un modo de vida prefijado por la sociedad resulta una continua dificultad, pero en el caso de los varones el castigo por no respetar la apariencia significa poner en duda su identidad como hombre. Existe un alto grado de contención de las emociones y los sentimientos y esto termina generando rabia y agresividad contra uno mismo y/o contra las demás personas. Al mantener la apariencia de fortaleza y poder, un hombre jamás puede mostrarse débil. Expresar los sentimientos abiertamente, incluso en la intimidad, se entiende en nuestra sociedad como un signo de debilidad, de modo que el hombre siempre debe ir de duro vaquero capaz de resolverlo todo.
Con semejante grado de fingimiento las relaciones y los vínculos son los primeros espacios afectados (además del propio espacio). Con las mujeres las relaciones se muestran muy complejas, porque roto el vínculo materno-filial hombres y mujeres somos educados y aprendemos a sentir de formas diferentes, como si perteneciéramos a dos culturas dispares: una subcultura femenina y otra subcultura masculina (Sanz, 1997, 26 y ss). Desde la sexualidad, pasando por la pareja y por la forma de ver el mundo, se crean dos formas opuestas de vivir con ciertas dificultades para la conciliación y la creación de espacios de paz e igualdad.
Si un hombre intenta comunicarse profundamente con otro hombre, lo más probable es que no obtenga respuesta o ninguno de los dos esté preparado para escuchar ni para hablar. Al hablar del amor los chicos entrevistados decían que les resultaba mucho más fácil charlar de estas cosas con una amiga, mientras que un amigo solo los podía sacar de borrachera para olvidar las penas de amor.
En el supuesto ejercicio de la paternidad el vínculo no es afectivo sino funcional y de protección: “Hijo, ¿cuánto dinero necesitas” “¿Por qué mis hijos no me hablan si yo les he dado siempre todo lo que me han pedido?, les he dado de comer y todos los caprichos”. Un gran porcentaje de los chicos que participaban en los grupos de discusión manifestaban la imposibilidad de mantener una conversación con sus padres sobre sentimientos, sus padres lo viven extrañamente como un símbolo de debilidad y vulnerabilidad.
Refuerzos
Vienen representados en general por todos aquellos valores culturales tradicionales que marcan lo que debe ser un hombre de verdad. De este modo el machismo, como expresión de las ideologías patriarcales, representa el vínculo central para los varones que refuerza una forma de ser y actuar realmente pasada de moda y políticamente incorrecta.
El machismo tiene diversas expresiones más o menos visibles socialmente, la violencia doméstica sería la más explícita y, por ejemplo, la microviolencia a través del lenguaje sería una de las implícitas. El machismo es un modo de perpetuar un modelo patriarcal de dominación infravalorando y menospreciando lo femenino y a las mujeres, es la expresión del miedo a ser o parecer mujer, el rechazo a lo femenino como símbolo de debilidad.
El rechazo a lo femenino se expresa como una reafirmación de la leve identidad masculina. La misoginia es un valor social. Odiar y rebajar a la mujer frente al hombre es un mandato de la cultura judeocristiana.
La homofobia, de igual modo, es un odio a lo femenino representado en una figura masculina. Nuestra sociedad es, por tradición, homofóbica. Si ser femenino es ser débil, ¿qué puede ser más terrible que un hombre que debe aparentar fortaleza represente el papel de la debilidad?
Todos los elementos de este cuadro funcionan como refuerzo de la masculinidad tradicional porque quien no los respeta pierde el valor social.
¿Salud o Masculinidad Tradicional?
Al final los hombres debemos plantearnos que escoger: una vida saludable y sostenible o un modelo de masculinidad que genera violencia y destruye nuestra salud y la de las personas de nuestro entorno.
El género influye de forma grave y definitiva sobre el comportamiento y el pensamiento de mujeres y también de los hombres, es como una marca de origen que va a definir muchas de nuestras vivencias, emociones y costumbres, y que desde luego afecta a nuestro equilibrio y salud integral (física y psíquica).
Mujeres y hombres tenemos diferente aprendizaje de nuestros papeles sociales y de lo que podemos y no podemos hacer, por tanto y en relación a la salud, tendremos también formas distintas de cuidar nuestro cuerpo y de colocarnos frente a situaciones de riesgo o del autocuidado, de respeto a la vida o del conocimiento real de nuestros límites psíquicos y corporales. Pensemos por un momento cuántos hombres viven con enfermedades y afecciones graves ligadas a la demostración de su masculinidad más rancia o a la búsqueda sin fin de refuerzos a su identidad de poder, y cuántos mueren por ello, por intentar ser “demasiado hombres de verdad”. Esto es lo que llamamos muerte por demostración, o en el lenguaje popular muerte “por huevos”. ¿Cuantos hombres ponen en riesgo su vida y la de quienes les rodean para hacer un alarde de su poder macho-machista?
Podemos acudir a la estadística y hacer una comparativa de género:
- En los accidentes de tráfico, más del doble de hombres que de mujeres, la mayor parte de los hombres al volante y la mayor parte de las mujeres en el asiento de al lado.
- En las bajas laborales causadas por potenciar el valor y el riesgo masculino.
Como hombres:
- Tenemos 6 años de vida menos (y de peor calidad en los últimos años)
- Acumulamos el 92% más de accidentes laborales
- Duplicamos gasto de hospitalización y dependencia
- 84% más enfermedades por mala nutrición y obesidad
- El 62% del consumo de drogas (y cómo se consumen)
- Representamos el 70% bajas laborales por accidente
- Causa del 76% de los accidentes de trafico
Si entendemos la salud como un concepto integral que atiende a “...un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades” (OMS, 1946) debemos trabajar por ella desde todas las perspectivas y modificar las imposiciones sociales de género para prevenir atentados contra la salud pública y el sobregasto que supone al estado que los hombres sean tan hombres.
Resulta imprescindible e inaplazable cambiar los hábitos de la masculinidad tradicional que atentan directamente contra la salud de la mitad de la población y pone en riesgo a la otra mitad. Ésta debería ser una de las prioridades en las intervenciones socio-sanitarias y buscar las claves para poder detectar y observar cómo los hombres se relacionan con los hábitos saludables y como hacer una atención integral y preventiva desde la perspectiva del estudio de las masculinidades desde la diversidad con menos violencias y autoviolencias, con más desarrollo de los cuidados
¿Por qué los hombres tienen peor salud? ¿Por qué se accidentan más y con mayor gravedad? ¿Por qué los hombres se mueren antes y en peores condiciones y con peor calidad de vida?
Los hombres ni aprendemos ni practicamos el cuidado, ni con nosotros mismos ni con las demás personas de nuestro entorno, fundamentalmente porque no somos socializados en ello. Nuestros juegos de infancia como futuros “hombres de verdad” nos inducen al riesgo, la aventura, el valor sin apego a la vida. La sociedad patriarcal no refuerza un comportamiento cuidador en los hombres, como sí lo hace en el caso de las mujeres.
Al final los hombres decidimos qué tipo de hombres queremos ser y cómo y cuánto tiempos queremos vivir.