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6.1.1.2. Teorías de las conspiración y era de la posverdad

Las teorías de la conspiración son explicaciones de un acontecimiento o situación que implican una conspiración de actores siniestros y poderosos, a menudo con motivos políticos. Con frecuencia se utilizan en un contexto en el que otras explicaciones son más viables. La expresión tiene una connotación peyorativa que implica que la apelación a una conspiración se basa en prejuicios o en pruebas insuficientes. Las teorías de la conspiración se resisten a ser refutadas y se refuerzan mediante un razonamiento circular: tanto las pruebas contra la conspiración como la ausencia de pruebas de la misma se reinterpretan como pruebas de su verdad, con lo que la conspiración se convierte en una cuestión de fe y no en algo que pueda probarse o refutarse.

Una de las tecnologías utilizadas para promover información falsa es la técnica de aprendizaje profundo que surgió en 2016: una inteligencia artificial que permite crear deepfakes (vídeos falsos protagonizados por personajes famosos). Utilizando una multitud de fotos y vídeos de un famoso, es posible crear un vídeo en el que el famoso diga cosas o actúe de forma que nunca haya dicho o hecho.

Los autores de las noticias falsas se aprovechan de diferentes factores para difundir información falsa y manipular a la opinión pública, teniendo en cuenta los mecanismos cognitivos y emocionales y las herramientas que ofrecen las nuevas tecnologías.

Según Posner, Russell y Peterson, (2008), todas las emociones pueden clasificarse en función de dos ejes: hasta qué punto nos empujan a la acción y qué reacción producen. La ira es una de las emociones que más nos incita a actuar, junto con la excitación. Las noticias falsas suelen basarse en los intereses de la gente. Sus creadores suelen seleccionar temas populares y manipularlos para inducir al lector a que haga clic, lea y comente: incitan al lector a actuar. Las acciones de los lectores generan dinero para los creadores de las noticias.

En la construcción de nuestras creencias y representaciones también interviene una dimensión social y emocional. Nos adherimos, o a menudo decimos suscribir, a los discursos conspirativos porque son compartidos por quienes nos rodean (familia, amigos...). El entorno social en el que se desenvuelve un individuo influye considerablemente en su visión del mundo y en la forma en que cree que debe posicionarse ideológicamente y en la sociedad. Dependiendo de su origen, e independientemente del nivel social, cultural o educativo, cualquier individuo puede suscribir una teoría de la conspiración. La naturaleza emocional y afectiva de una teoría conspirativa o de una información errónea también influye en nuestras creencias. Una teoría de la conspiración que juega con la sensibilidad o la imaginación de un individuo tiene más probabilidades de ser creída.

Además de la dimensión social y emocional, las noticias falsas y las teorías conspirativas utilizan mecanismos de pensamiento como los sesgos cognitivos. Los sesgos cognitivos (también llamados sesgos psicológicos) son formas de pensar que se desvían del pensamiento lógico o racional y que tienden a utilizarse sistemáticamente en diversas situaciones. Son formas rápidas e intuitivas de hacer juicios o de tomar decisiones, y son menos laboriosas que el razonamiento analítico, que tendría en cuenta toda la información relevante (definición extraída de la página web de Psycho-media). El aumento masivo de información producida en la web ha reforzado la expresión de los sesgos cognitivos. Cada uno tiene su propia visión del mundo, en función de las creencias a las que se adhiere. Esta realidad digital complica un procesamiento mental ya de por sí complejo, basado en diferentes sesgos cognitivos, como el de confirmación, que nos lleva a tener en cuenta únicamente la información que encaja con nuestras ideas y confirma nuestras ideas o hipótesis preconcebidas. También nos lleva a dar menos importancia a las hipótesis e informaciones que van en contra de nuestras ideas. Las noticias falsas explotan estos sesgos, nuestros cerebros utilizan atajos mentales para ahorrar energía y simplificar la toma de decisiones.

Vivimos en la era de la posverdad, un término elegido por el diccionario de Oxford como palabra del año en 2016 y que se refiere a la información que apela a las emociones, creencias o deseos de las personas en lugar de a los hechos objetivos.

Las competencias mediáticas y digitales pueden ayudar a las personas a comprobar la información que reciben, evitando que la emoción y las manipulaciones acaben dominando la verdad.