2. Modelo Masculino Tradicional Patriarcal (MMTP) y sus consecuencias
Ser hombre implica seguir las reglas sociales y las normas de comportamiento impuestas por el colectivo y por la tradición cultural, pero también pensar y sentir de una forma determinada. Se aprende a sentir como varones, a vestir como varones, a no expresar el cariño, el miedo o cualquier otro sentimiento que se identifique con la debilidad o con lo femenino. En este modelo, la comunicación desde el corazón no es segura, la razón y la ciencia deben guiar los actos y expresar lo que se siente y no lo que se debe sentir es peligroso. Como hombres se debe demostrar la masculinidad de poder, pasar las pruebas que la sociedad impone para demostrar que se posee, que somos “hombres de verdad”. Y en el camino por demostrar quiénes somos, perdemos la oportunidad de ser quienes deseamos ser y nos jugamos la piel.
Lo que más fácilmente heredamos de nuestros ancestros son las emociones que sostienen los comportamientos, por eso es fácil que los hombres sientan una fuerte emoción positiva frente al riesgo y al peligro. Es de alguna forma una oportunidad para poder demostrar la valía como hombre, algo que se siente internamente como un mandato, por ejemplo: cuando un hombre entra en competición al volante porque otro hombre le adelanta (más si es una mujer), cuando alguien le agrede y siente la necesidad de responder con la misma o más violencia para no demostrar estar amedrentado, o cualquier otra forma de demostración de valor o liderazgo que para los hombres es sinónimo de poder y reconocimiento, pero también origen de un tremendo daño contra sí mismo y su entorno. Todo esto da lugar a un modelo de hombre potencialmente peligroso y alejado de comportamientos saludables.
El MMTP y sus consecuencias para los hombres y su entorno
Desde el Centro de Estudios de Género y Masculinidades (CEGM) surgen en 1999 investigaciones con hombres jóvenes y adultos sobre la identidad masculina y sus parámetros sociales impuestos. El resultado será un esquema que desvelará los mandatos sociales de esa masculinidad heredera del patriarcado, es lo que llamamos Modelo Masculino Tradicional Patriarcal (MMTP). Se hizo a través de entrevistas personales y grupos de discusión que se orientaban desde la pregunta base: ¿Cómo es “un hombre de verdad”? ¿Qué tiene que hacer un hombre para ser “un hombre de verdad”? El resultado es un retrato en esquema (Fig.3) de la identidad de género que se proyecta sobre muchos hombres y que muchas mujeres entienden como real. Todos los elementos que aparecen en el esquema están relacionados y se retroalimentan para no dejar fisuras en el modelo hegemónico.
Según el mandato social, un hombre tiene que ser el poseedor del conocimiento y se le confiere la imposible virtud de la infalibilidad. Los hombres deben ser capaces de hacer cualquier cosa y tener conocimientos universales. Y como modelo están todos los superhéroes de ficción que todo lo pueden y que no creen en los límites. Raras veces un hombre contesta a una pregunta compleja con un simple "no lo sé", o dice no ser capaz de realizar alguna tarea, incluso aunque tenga que poner en riesgo su integridad física. Dentro de ese aparentar del MMTP está el aparentar saber y poder con todo como parte de una extraña demostración de poder. Una de mis alumnas de 16 años lo ilustraba con estas palabras a la perfección 2: "La mejor forma de conseguir que un chico haga algo es decirle que no es capaz de hacerlo".
Parte fundamental de la aventura de ser hombre pasa por expresar el valor a través del riesgo (Badinter, 92). Todo proceso de masculinización o adquisición de la identidad masculina requiere de algún rito de paso que implique riesgo y valor del aspirante (Bonino, 2015). Un ejemplo clásico en nuestra cultura fue durante mucho tiempo la “Mili” el servicio militar que te convertía en un “hombre de verdad”, pero también: el toreo, la velocidad extrema, el uso del fuego, los petardos y armas, la primera relación sexual coital, el consumo sin medida de alcohol y drogas, etc. En el caso de los varones adolescentes de hoy el único rito que se pasó de moda es el primero, los demás conservan plena vigencia y acentúan hasta el extremo el MMTP.
Por último, esa continua actividad y necesidad de mostrar y probar su identidad masculina obliga a los varones a estar instalados en el movimiento y en un viaje eterno sin llegar jamás a puerto y sin disfrutar de la travesía, al modo en que se describe a Ulises en la Odisea (Gil Calvo, 97). Mientras el príncipe azul comía perdices y era feliz con su amada en los cuentos y dibujos animados diseñados para chicas, las historias de chicos acababan con el caminar del héroe hacia el horizonte en busca de nuevas aventuras 3 (Sanz, 97, págs. 83-92).
Pero por debajo de la identidad aparente definida sobre estas líneas se sostiene una identidad oculta que rompe la norma del deber ser y que conecta a cada hombre con lo que desea ser realmente, alejado del modelo social de género. Es precisamente en ese plano en el que buscamos el futuro de las masculinidades, tantas formas de ser hombre como individuos existan y que esté alejado de la violencia machista y del riesgo como elementos masculinizantes.
El cambio posible de los hombres: Emociones y escucha
Dentro de la identidad oculta de cada varón se esconde una necesidad de crecimiento que rompa con la coraza que limita la expresión de las emociones. El camino para crear nuevas formas de ser y manifestarse como hombre pasa necesariamente por reaprender el mundo emocional y de la escucha. El hombre, por ser educado como tal, es analfabeto emocional y falto de la escucha solidaria y empática que le permite comprender a la otra persona y a sí mismo, no solo en el plano funcional, sino en el afectivo.
“Los Sambia de Nueva Guinea son un pueblo obsesionado con la masculinidad, a la que consideran altamente problemática, así como un dilema y una penitencia. Por tanto, la virilidad ha de inducirse artificialmente en los muchachos vacilantes. Para proceder a este estado seguro de masculinidad creciente, los más jóvenes deben ingerir el semen de los adultos mediante una felación, de este modo la ΄semilla΄ dará lugar a un varón grande y fuerte”. (Gilmore, 1994, 148).
La mujer es mujer y no necesita entrar en competencia para serlo. La naturaleza le concede un rito de paso seguro, la menarquia (primera regla)4. Ninguna otra mujer pone en duda su feminidad ni su identidad, no tiene que demostrar nada a nadie porque no es su obligación alcanzar o superar nuevos retos, puesto que socialmente se plantea como un añadido de autosuperación y no como un mandato.
Antes de nacer, el feto identificado como varón al descubrir en la ecografía unos genitales masculinos, genera ya unas expectativas: “¡Qué patadas pega! Es muy fuerte, seguro que será futbolista”, diferentes a las creadas por otro feto identificado como mujer: “Pega pataditas, que inquieta va a ser esta nena”. Al nacer se confirman algunas expectativas y se generan otras: “¿Ves?, es fuerte como un toro y con ese paquete que tiene seguro que hará estragos entre las mujeres”. De este modo se crean una serie de guiones de vida a los que hay que responder para no ser rechazados: "¿No crees que ese niño juega demasiado con muñecas?, es demasiado callado, a ver si se nos va a “amariconar".
Alaska
El modelo de masculinidad patriarcal que predomina determina una serie de sentimientos y los transforma para reforzar la identidad del varón frente a cualquier atisbo de debilidad creando otras debilidades (Giddens, 95). Desde la apariencia, la tristeza y el dolor deben convertirse en fortaleza y contención. Un hombre no puede sostener siempre la tristeza o el dolor porque no sabe, el miedo le invade pero este tampoco le está permitido. Sólo le enseñaron a negar sus emociones, no a atravesarlas y permitírselas. Un hombre no puede mostrar siempre fortaleza frente al amor porque perderá a la persona amada. Tampoco puede resistirse a la alegría o al placer porque ninguna relación personal sería viable y placentera. Y tampoco puede dejar de ser hombre y de defender su virilidad aprendida. ¿Qué sucede cuando el varón “no da la talla”?
Cuando un varón cree no cumplir con el mandato del MMTP y su máscara de fortaleza se resquebraja, aparece la rabia en forma de impotencia. La rabia se transforma fácilmente en violencia y en agresividad, lo que le permite recobrar falsamente una situación de seguridad, es decir, se hace uso de la violencia para recuperar el lugar de poder.
Desde la fortaleza resulta imposible la comunicación en igualdad, el intercambio y los vínculos en clave de paz y, por tanto, también el placer y la sexualidad. La rabia acaba igualmente con los vínculos, pero tiene el efecto perverso de hacer recuperar un tanto de poder ficticio frente a las demás personas. De un varón instalado en la contención y en la fortaleza de espíritu, capaz de no llorar ni en el entierro de sus más queridos, surge un varón temido y distante.
Formas de aprender la escucha emocional
Se puede entender a los varones en pleno crecimiento y cambio de actitudes, pero no es suficiente con un cambio de imagen. Se precisa una adecuada revisión de cómo los varones escuchamos las emociones propias y ajenas, empezando por conectar con sus emociones reales más allá de las aprendidas.
En origen podrían existir muy diversos modelos masculinos pero todos ellos quedan cercenados por la transformación, y la translocación en las emociones que impulsa el MMTP. Esto implica el corte emocional del que antes se hablaba y la pérdida de la capacidad de expresión y escucha de las emociones, dicho de otro modo: la limitación de los hombres para desarrollar sus capacidades empáticas como mecanismo de poder y control.
Esta pérdida va a generar de forma inmediata una dificultad comunicativa de los varones con las mujeres, con otros hombres y consigo mismos. Aparece en este momento el conflicto relacional del que son víctimas un gran número de varones y de las mujeres masculinizadas, que imitan modelos de poder masculinos.
Ante esta situación se plantea un proceso terapéutico y educativo que pasa necesariamente por la reconstrucción del cuerpo de las emociones. A través de la terapia y de los ejercicios preventivos en las aulas se desarrolla la capacidad de autoescucha de mujeres y hombres para permitir que contacten libremente con su emoción en un proceso de introspección necesario y curativo. Los procesos de paternidad presente y corresponsable tienen el mismo efecto terapéutico con los hombres.
En segundo lugar se trabaja el “hacia afuera”, desarrollamos la escucha emocional y activa del otro a través de ejercicios de empatía, juegos solidarios y cooperativos que requieren de la implicación de la totalidad de la persona, en los niveles cognoscitivos y sensitivos. Dicho de un modo sencillo, se mejora la capacidad de comunicación desarrollando los espacios de placer de la persona y la creación de sus vínculos en equidad.
Este proceso conlleva la reestructuración del cuerpo en un cuerpo para la emoción, que pueda disfrutar y expresarse libremente sin límites de género, es decir, reeducar al cuerpo para que cambie su estructura y el pensamiento que crea la contención emocional. Es habitual ver a pacientes hombres que presentan corazas corporales (rigidez en las caderas la espalda, pecho bloqueado, tensión mandibular, etc.) visible exteriormente y como estas a lo largo del trabajo de desarrollo personal y terapéutico van reduciendo o desapareciendo en su totalidad.
2 Grupo de discusión parte del trabajo de investigación realizado en febrero de 1999 en Sagunto paralelo a unas intervenciones en el aula sobre “El cuestionamiento de los mandatos de género” del Proyecto Ulises.
3 En este sentido resulta realmente interesante el desempeño de los roles en series de dibujos Manga o La Patrulla Canina, Bob Esponja, Heidi, Candi, Oliver y Bengi y derivados o cualquier otro tipo de dibujo habitualmente japonés, donde se muestra claramente la sumisión o anulación de las mujeres, la competencia salvaje de los varones o las relaciones de poder entre razón y emoción. La sociedad japonesa posee una tradición patriarcal y capitalista llevada al extremo (el nivel de suicidio en adolescentes es muy elevado) y, sin embargo, entra en nuestras casas sin filtro ni vigilancia a través del 80 % de los cómics y las series de dibujos animados que consumimos en España y Europa.
4 Los problemas de identidad en la mujer habitualmente vienen parejos a las últimas reglas (climaterio) y al comienzo de la etapa de menopausia o la no consecución del mandato reproductivo.