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1. Construcción de identidad y emoción

Resulta imprescindible entender cómo a través de la socialización y la grabación en nuestras identidades se construye y sostiene nuestra sociedad patriarcal, con origen desde hace siglos todavía hoy, y cómo lo hace el modelo hegemónico de masculinidad: una sola forma de ser hombre y sostener el poder.

En este caso no es solo un aprendizaje de mensajes, palabras y normas, es también un adoctrinamiento a través de las emociones que le hace sentir raro y diferente si no sigue las pautas marcadas por el sistema.

Parafraseando a Simone de Beauvoir: “Los hombres no nacen, se hacen”, con ello queda clara la necesidad de un proceso de socialización primaria y secundaria que determinará en gran parte sus acciones y pensamientos. Aprender a ser hombre depende del marco social en primera instancia y, en nuestro caso, este proviene de una cultura judeocristiana con profundas raíces patriarcales.

Figura 1: 


 El núcleo familiar presenta un modelo afectivo diferencial para niñas y niños. Desde la forma y el tono en el que nos dirigimos a ellos, hasta el llamado “desierto afectivo” que solo atraviesan los varones: Cumplidos los 7 u 8 años los niños tienden a independizarse emocionalmente de la madre y aún más del padre, abandonan la costumbre de dar besos y más si es en público. Es habitual escuchar cómo bastantes padres y algunas madres sienten miedo a acariciar a sus hijos creyendo que si lo hacen pueden hacerlos “más blandos”. El varón medio atraviesa entonces un desierto vacío de afectos prácticamente hasta que se encuentra con su primera novia sobre los 13 o 14 años. En ese mismo periodo a las chicas no les impiden su expresión libre de afectos, incluso se alimenta como parte de una identidad femenina deseable.

Los medios de comunicación de masas, en concreto la televisión y la publicidad, presentan modelos clásicos donde los hombres solo pueden expresarse desde la fuerza. Un ejemplo claro es el tratamiento de los anuncios: cuando se presenta una muñeca dirigida a niñas el tono de la voz en off es dulce y afectivo, mientras que si los muñecos son para niños es una voz grave y amenazante que anuncia el poder destructivo y las armas que se pueden utilizar y sus accesorios, o el robot o el coche preparados para la batalla y la velocidad. Ya no se permite anunciar juguetes como pistolas, o al menos no es políticamente correcto, pero sí modelos contra-afectivos y bélicos como estos.

El más poderoso de todos los agentes socializadores es el grupo de iguales, influido de forma circular por su entorno. Este grupo refuerza cualquier homogeneidad y castiga severamente al que rompe la norma patriarcal. Si un chico se muestra afectivo o es poco deportista en lugar de ser beligerante y demostrar la fuerza física, es denostado y acosado por el grupo hasta el extremo, en algunos casos hasta generar daños psicológicos graves tales como el bullying de género. No se trata solo de violencia de género, sino también de violencia machista que incluye además la homofobia o la transfobia, sostenida por el patriarcado para evitar cualquier disidencia del modelo masculino establecido.

En la escuela y a través de los libros de texto o del tratamiento del profesorado se hacen esfuerzos en la búsqueda de la equidad y de que las mujeres puedan ocupar espacios hasta ahora exclusivos de varones 1. Ellas sacan mejores notas, aunque tienen más dificultades para encontrar trabajo; se refuerza desde las propias instituciones educativas su espíritu de competencia y superación, lo que las sitúa, no sin dificultad, también en el mundo público. Sin embargo, no existen curriculos específicos que preparen a los varones para enfrentarse al mundo afectivo y de escucha emocional, al mundo del cuidado o la solidaridad y, por lo tanto, puedan manejarse también en el mundo de lo privado. Ellos están preparados para el éxito social, pero no para el éxito en los vínculos (pareja, paternidad, amistad, etc.). Se promueve, en la mayoría de los casos, un modelo coeducativo parcial y unidireccional donde solo se cambia el modelo social identitario de las mujeres, pero no se cuestiona el de los hombres.

Habitamos en una sociedad occidental jerarquizada y dominada por los valores y normas masculinas y quienes las representan, inmersos en un caldo patriarcal que todo lo afecta y lo transforma para solventar necesidades de poder y dominación de los hombres. Esto en primera instancia crea diferencias que discriminan entre mujeres y hombres y genera un desequilibrio de poder real en la vida cotidiana. Estas diferencias discriminativas refuerzan el lugar de liderazgo masculino y el de sumisión femenina y sustentan el sistema patriarcal cuyos guardianes son el machismo, el sexismo y la misoginia.



La masculinidad de la que hablamos es la que todavía hoy está presente en la socialización de países de todo el planeta, a veces de forma más directa y reactiva, otras de forma oculta y sutil. Esa masculinidad rancia pero hegemónica está vinculada estrechamente a los poderes fácticos, al capitalismo, a las ideologías dominantes o al propio ejercicio de la dominación y lo hará en todas las facetas de la vida, en especial en los modelos relacionales y en los sentimientos más delicados: los hombres son y sienten como hombres según el modelo aprendido, por lo que necesitan ejercer el poder a costa de lo que sea.

Construyendo la masculinidad desde el aprendizaje de los sentimientos que más cerca están del ejercicio de la violencia

Según el modelo tradicional de hombre son pocas las alternativas posibles para los nuevos hombres, ya que la socialización permanece sin cambios ni cuestionamientos. Los hombres quedan reducidos a la expresión de la apariencia, la fortaleza y la violencia, que es en lo que se les educa y lo que se les permite dentro de la normalidad.

¿Cómo aprendemos a ser hombres con la negación de algunas emociones y sentimientos, por entenderse estos poco viriles o femeninos? En la figura 1 podemos ver cómo todos los agentes socializadores nos construyen en la ausencia emocional, la desconexión de la identidad como algo propio y en la coraza de no sentir, esa barrera invisible que la sociedad enseña a través de la frase: “Debes ser un hombre de verdad y por tanto...”


Figura 2. Consecuencias y carencias emocionales de ser socializado como hombre


Quien pasa la vida pendiente de la apariencia más que de su identidad real entra en el vacío del NO SER. Quien se instala y atrinchera en la fortaleza no deja salir su emoción y limita la escucha de su cuerpo, con lo que se atrapa a sí mismo en el NO SENTIR, coraza emocional que anula gran parte de su libertad y capacidad de comunicación e intercambio afectivo. Quien se enfrenta con todo para reforzar su debilidad interna a través de la violencia se pierde el contacto con la realidad y la escucha del dolor propio y ajeno, permanecer en una lucha constante solo propicia la soledad de NO ESTAR y NO ESTAR EN PAZ.




1 Según la estadística del Ministerio de Educación Cultura y Deporte en el informe 2015/16, en las universidades españolas el 54,1 % de las matrículas y el 58,0% de las personas egresadas son mujeres. Estos valores estaban invertidos en el año 2000 y a principios de los 80, momentos en los que la población universitaria femenina apenas alcanzaba el 25%