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2.1. Las paradojas de las masculinidades en el siglo XXI y el mantenimiento del modelo tradicional de masculinidad

Los hombres no existen 

Etimológicamente, "masculino" se asocia a macho cuya raíz proviene del latín "masculus", propiamente diminutivo de "mas / maris", de igual significado. Sus derivados son: machango, machona, machota, machón, 1734. Machorra: "estéril", (1495 Dic. Español-Latino de Nebrija), tan incapaz de concebir como un macho. Cultismos: Masculino (1438 Corbacho de Martínez de Toledo), del latín "masculinus"; masculinidad, 1734. Emascular, lat. emasculare "castrar"; emasculación. Compuestos: Machiembrar, 1765- 83 (Corominas, 1961). 

Como adjetivo: "... Todo ser dotado de órganos fecundantes. Propio del varón o animal macho... Conjunto de cualidades en que consiste ser masculino o muy masculino" (Moliner, 1966). 

Masculinidad es todo aquello que se identifica o tiene calidad de masculino. Consideramos que lo masculino es lo propio del varón o del animal macho. Como adjetivo puede aplicarse a todo ser dotado de órganos fecundantes” (Diccionario Ilustrado de la Lengua Española, 1974) 

Si entendemos como varón a aquel individuo hombre que representa y sostiene lo masculino y representa la masculinidad, por oposición NO son varones quienes no representan lo masculino o lo muy masculino, quienes están castrados, quienes no hacen cosas propias del animal macho y/o quienes no posean órganos demostradamente fecundantes. 

En consecuencia, del conjunto de los varones de una sociedad determinada, pongamos por ejemplo la nuestra, no son tales: 

  • Las personas que no representan lo masculino en el sentido tradicional y tal y como definen las normas sociales y las ideologías que las sustentan. 
  • Los hombres que aun siendo masculinos no son muy masculinos. 
  • Las mujeres que aun siendo masculinas carecen de órganos fecundantes. 
  • Los niños que siendo o no masculinos no pueden demostrar que sus órganos son fecundantes 
  • Los hombres de cualquier edad que por edad o condición no pueden fecundar. 


Sería necesario añadir a lo citado en los diccionarios lo que se muestra en las ideologías de hombres y mujeres de nuestra sociedad y las contradicciones que representan: 

  • Los hombres no lloran, si lloras no eres hombre. 
  • Los hombres no son débiles, si expresas lo que sientes eres débil, si sientes no eres hombre.
  • Los hombres son más hombres si erectan y eyaculan en el fondo de la vagina, si ese no es tu objetivo o tu práctica sexual favorita, no eres hombre. 
  • Los hombres son más hombres cuando son padres de hijos varones. 
  • Los hombres no son mujeres, si haces cosas de mujer ya no eres hombre. 
  • Los hombres tienen el poder (político, económico, social, etc.) si no tienes poder no eres hombre. 
  • Los hombres son fuertes y agresivos, si te muestras pacífico no eres hombre. 

El término "masculinidad" aparece por vez primera en 1734, en el tercer volumen del Diccionario de Autoridades de la RAE (Real Academia Española) y se define como "la calidad que constituye o diversifica el sexo masculino, es voz usada en lo forense. Latín 'Masculinitas'. Deriva de 'másculo'." 

En nuestra sociedad la masculinidad constituye desde lo homogéneo y hegemónico más que diversifica a los varones. Esto significa que socialmente solo existe una forma adecuada de representar la masculinidad en sociedad y, si no corresponde con la propia, entonces no se puede ser un hombre de verdad. 

Los valores sociales y la estructura de género apoyan un modelo único de ser hombre, y la paradoja aparece cuando nadie es capaz de alcanzar ese modelo, por tanto la identidad masculina está siempre puesta en duda. Ser hombre no es un estado, sino un proceso de búsqueda continua

Los varones adolescentes representan de igual modo esa búsqueda sin sentido, un viaje a ninguna parte intentando ser un hombre de verdad cuando en realidad los varones no existen. ¿No existe la diversidad? No existe el hombre.

Nos equivocamos al hablar de masculinidad en singular. Al decir masculinidad y no masculinidades estamos presuponiendo la singularidad del término, de tal modo que parece como si solo hubiera una forma correcta y adecuada de representar lo masculino y de ser hombre, y socialmente así es. Sin embargo, la diversidad cultural de nuestro mundo permite analizar diversos matices de comportamiento de género en las distintas sociedades. 

“La diversidad masculina persiste de un extremo al otro del mundo a pesar de la creciente occidentalización” (Badinter, 1993, 44). 

Entre las culturas occidentales y orientales, por ejemplo, la diversificación social es mayor y, por tanto, podemos encontrar formas muy distintas de ser hombre y de mostrar la virilidad. Mientras que en la sociedad española los jóvenes demostraban su virilidad cumpliendo el servicio militar, colocándose frente a un toro, bebiendo hasta perder la consciencia o realizando cualquier otra acción de riesgo, en China la virilidad se alcanza por el respeto y por un comportamiento honorable y en ocasiones sumiso frente a los varones más ancianos, quien pierde su honor pierde su masculinidad. La multiculturalidad se muestra entonces como un factor que amplía el concepto reducido de masculinidad. Sin embargo, Gilmore (1994) afirma que trasciende una idea continua de ser hombre y que esta viene determinada entre otros factores por la existencia de pruebas para obtener su masculinidad. Las masculinidad siempre está en duda y depende de la superación de dichas pruebas, distintas en cada cultura. 

Se trata de demostrar ante el entorno social que se poseen las capacidades de un adulto varón, aunque esas capacidades y pruebas varíen según el entorno. Hay una tendencia a unificar una forma concreta de ser hombre para evitar la diversidad y la supuesta confusión que conllevaría. 

Por otro lado, dentro de cada sociedad existen individuos capaces de sentir y pensar, cuyas características circunstanciales y vivenciales les hacen diferentes a otros, a pesar de la creciente hegemonía del comportamiento humano. Muchas veces existe mayor parecido entre una mujer y un hombre que entre dos hombres. 

Montoya (1998) analiza la masculinidad en Nicaragua y su vinculación a la violencia y habla sobre “la identidad masculina hegemónica en Nicaragua” haciendo referencia a una “masculinidad asignada”, que no es otra cosa que “la forma legítima y que sirve de medida según el contexto sociocultural” para saber cómo se adquiere o no la condición de varón adulto (Conell, 1995). 

Pero a pesar de la asignación social y de la tendencia cultural: 

“Cada uno tiene su propia percepción y vivencia de lo que significa ΄ser hombre΄. Cada uno vive ese ΄deber ser hombre΄ de la masculinidad hegemónica de manera distinta de acuerdo con sus otras condiciones de vida determinadas por la clase, raza, etnia, edad, preferencia sexual, época histórica, etc.” (Montoya, 1998, 16). 

A ese largo etcétera añadiríamos la subjetividad como elemento aglutinador de la variabilidad y la homogeneidad. Cada varón está representado por una parte del modelo social de masculinidad y por la diversidad de su identidad más profunda como persona, como ser irrepetible. 

De este modo, los varones atienden a dos parámetros que definen su forma de ser hombre: Por un lado los aspectos sociales que parten de lo homogéneo, y por otro lo que parte del individuo en relación con su medio y sus condiciones particulares, que diversifica la idea de masculinidad y por tanto la pluraliza. 

“La autoidentidad, es decir, la percepción de sí mismos, se conforma por la conciencia que el sujeto tiene de sí mismo en relación con el mundo, pero también se construye a partir de la identidad asignada por la cultura y el medio social” (Ibid.). 

El término “masculinidad” va ligado a diversos reconocimientos sociales que jerarquizan lo masculino sobre lo femenino. La masculinidad es, por tanto, una cualidad de mayor valor y representatividad social que su antónimo, la feminidad. Ser masculino tiene aún hoy un sobre valor positivo mientras que lo femenino puede ser utilizado incluso como contravalor: “es demasiado femenino”. 

El valor de lo masculino a través del lenguaje muchas veces queda oculto por lo cotidiano y tradicional. El lenguaje masculiniza la realidad y determina lo que es prioritario, deseable y posee un mayor valor. 

El patriarcado divide y determina los espacios de poder entre los géneros. Reproduce la idea positiva y valorada de "masculinidad" y de "lo masculino" a través de afirmaciones o requerimientos como: "sé un hombre de verdad", o "debes ser un auténtico hombre", indicando que la acción contraria a la norma es ser "poco hombre" o "femenino", lo que haría perder todo el valor a la persona. 

La sociedad castiga severamente, a través de la vergüenza y el ostracismo, todas las transgresiones de los hombres frente a lo masculino, preservando cada norma androcéntrica que asegura la reproducción de un sistema de poder arcaico desde y para los varones y en oposición a las mujeres y lo femenino. Es decir, no ser o no demostrar "ser hombre" se identifica con “ser femenino” y, por tanto, desprovisto de valor social. La masculinidad no surge por sí misma, sino como oposición y negación de lo femenino (Marqués, 1992)

“Generalmente los machos aprenden lo que no deben ser para ser masculinos antes que lo que pueden ser. Muchos niños definen de manera muy simple lo que es la masculinidad: lo que no es femenino” (Hartley, en Badinter, 51, 1993). 

Todas estas definiciones presentan un modelo único para ser hombre, una masculinidad singular que no permite la variedad, castiga la disidencia e impide la innovación. Como veremos en nuestro estudio, y a pesar de las pretensiones homogeneizadoras de nuestra sociedad occidental, masculinidades hay tantas como personas las representan, al igual que feminidades. 

En definitiva, la masculinidad como adjetivo significa poder, no ser femenino y no poder decir con libertad lo que se siente. Como sustantivo representa a personas y cosas, actitudes y comportamientos que tienen asignado el símbolo positivo frente al sustantivo feminidad, que representa un símbolo negativo o sin valor social. Pero también la palabra masculinidad representa a todos los varones, sus actitudes y formas de pensar, y hoy no coinciden más que en su diversidad. 

El proceso de socialización aparece como pieza clave de la construcción de la masculinidad hegemónica y como límite a la hora en que el individuo se expresa, siente, percibe y piensa como persona antes que como hombre. Pero, en último término, será la persona (como ente singular e irrepetible) quien asuma o no este modelo de comportamiento o alguna otra forma diversa de mostrar la masculinidad. ¿Puede elegir un adolescente entre la masculinidad tradicional y expresar la diversidad y particularidad de otras masculinidades?