3. Otras formas de construir igualdad como hombres diferentes desde las identidades endógenas y la teoría feminista
El camino para crear nuevas formas de ser y manifestarse como hombre pasa necesariamente por reaprender el mundo emocional y de la escucha empática. Somos, por ser hombres educados como tales, analfabetos emocionales y faltos de la escucha solidaria que mira y siente y que nos permite comprender a la otra persona y a nosotros mismos, no solo en el plano funcional sino en el afectivo. Se trataría de cambiar y amplificar los espacios de acción y efectividad por la pasividad (no iniciar sino solo estar en presencia consciente) y la afectividad. Conectando a los hombres con aprendizajes afectivos comenzamos ese duro y necesario proceso de desmasculinización social.
Para iniciar este otro parámetro de cambios masculinos además de los procesos de cuestionamiento en la escuela, potenciamos desde el Proyecto Ulises, y otros proyectos y entidades, grupos de reflexión y cambio solo para hombres. Algunos de estos grupos surgen de forma natural en paralelo a grupos feministas. En el estado español hemos censado aproximadamente 250 grupos de este tipo (aunque seguramente existan muchos más que no tienen un registro o se identifiquen públicamente) a través de los AIGHE (Asociación de Hombres por la Igualdad de Género, Hommes Igualitaris, Red de Hombres por la Igualdad, etc.
Según Vicent Marqués, uno de los propulsores de estos grupos, para aprender a repensarse como hombre la motivación de cambio proviene de las discrepancias con las exigencias sociales: “Desde las identidad masculina... a todo varón se le supone a priori, en virtud de su sexo, un carácter competitivo y desconectado de sus emociones. Pero este carácter no es solo una suposición, sino también una exigencia”. (Marqués, 1991)
Este es el precio que todos los varones tienen que pagar por los privilegios de la esfera pública. Un hombre se define por lo que hace, no por lo que es. El varón se realiza en la vida pública, halla su identidad en su trabajo. No este un coste bajo pero, en todo caso, este coste implica la posibilidad de mantener un estado de dominación o discriminación del colectivo masculino sobre el femenino, lo que a su vez permite disfrutar las posibilidades de la vida pública y otorga a todo varón un espacio donde ejercer su competencia como gobernador: el hogar. (ibid)
Para desarrollar y promover el cambio de los hombres, y por lo tanto la igualdad, es necesaria una renuncia consciente de los privilegios por parte de los hombres:
“...la historia de la desigualdad debe acabar, y la mejor forma de conseguirlo es mediante la renuncia a los privilegios nacidos de la injusticia.” (Lorente, 2009)
¿Existen nuevas masculinidades que renuncien a los privilegios culturalmente reproducidos y aprendidos desde la emoción?
En este sentido esta renuncia consciente precisa de un cambio de paradigma en la construcción y reconocimiento de las identidades de los hombres. Para ello no basta con un cambio en la forma de ser, sino también es preciso un cambio en la forma de relacionarse y priorizar tareas. Del lado de las investigadoras feministas llega el discurso de Chorodow (1978), que une las subjetividades masculinas con la necesidad del aprendizaje de los cuidados. Hombres más conectados con la empatía, con el cuidado y desde la igualdad lo hacen gracias al ejercicio consciente de la paternidad (unidad 2). De algún modo los hombres solo pueden ser hombres desde la emoción, la escucha afectiva y sin la violencia, si viven las experiencias de cuidado en el sentido más amplio, no solo a través de la crianza positiva y consciente, sino también en su desarrollo del cuidado a personas mayores y enfermas que hasta la fecha ha recaído fundamentalmente sobre la responsabilidad y la dedicación de las mujeres, el 92,3 % de los permisos laborales para cuidados lo solicitan las mujeres en nuestro país.
Si analizamos los modelos relacionales de los hombres, vemos claramente que es otra de las patas fundamentales en esta base para el cambio hacia la Igualdad con mayúsculas. Existe un gran campo de trabajo de intervención social y terapia para trabajar esta faceta de los hombres y los vínculos acordes o no con el modelo establecido, pero que sin lugar dudas requiere de una profunda reflexión, no solo en el amor, sino en cualquiera de los vínculos que los hombres pueden protagonizar.
Sería una falacia y una vuelta al modelo hegemónico de poder pensar que la identidad de los hombres y su cambio empiezan y acaba en ellos mismos y en la reforma de su identidad. Al igual que el proceso llevado a cabo por el feminismo en los últimos 150 años, empezamos el cambio de los hombres desde el sistema y el análisis de las estructuras patriarcales, luego desde dentro para observar al individuo y su construcción subjetiva, pero también es fundamental observar y cambiar desde las estructuras relacionales para que el cambio sea integral. De nada sirven ideales políticos de igualdad y hombres que se piensan desde la igualdad si, a la hora de vincularse, vuelven a chocar con las estructuras relacionales clásicas y jerárquicas donde pueden seguir ejerciendo de forma sutil sus privilegios. “Cuando los hombres se colocan frente a otros hombres habitualmente repiten el modelo ancestral de comportamiento porque sencillamente es el camino más veces transitado y que identifica a la manada o a la pandilla.” (Gil Calvo, 97).
Para construir una masculinidad desde el principio de igualdad, es preciso romper con el sistema de competencia y éxito de cada hombre contra el de al lado.
El poder masculino, y por tanto la identidad, está en juego en cada encuentro con otro hombre, se trata de una permanente necesidad de demostración, sensación de alerta y contención, es decir, no mostrar la debilidad frente a los rivales del mismo género.
En el espacio laboral suele darse con cierta frecuencia la pelea entre machos alfa por la demostración de poder, éxito, reconocimiento, alardeo de lo que se posee o se va a poseer y, con mucha demasiada frecuencia, las habilidades de caza de los hombres en relación a las mujeres. Esto también ocurre en el espacio social y en el modelo de amistad masculina donde lo primero no suele ser qué sino cuánto.
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